De nada sirven los anhelos sin una fuerza motora que los haga realidad. Podemos pasar nuestra vida agitando una bandera, en este caso la de Navarra (o aquella que representa al Águila Negra, o la Ikurriña... pues las tres remiten a lo mismo); podemos acudir durante años al Día de la Patria (ahora que lo recuerdo, son varios, uno por partido, lástima...); podemos gritar Poder Foral, Gora Euskadi, Gora Herria, ... o similares... Pero nada conseguiremos si no comenzamos a caminar en pos del objetivo: la república navarra (o vasca, como prefieran) integrada de modo solidario en Europa.
El historiador y patriota vasco-argentino Mikel Ezkerro ha pasado varios días en nuestra querida tierra. Ya era hora de que alguien destapara nuestras vergüenzas. En representación de la diáspora vasca en América del Sur, Mikel ha metido su dedo en la llaga, por no decir en nuestro ojo. Su sincero deseo pasa por que despertemos del letargo. Aún paladeo sus encendidas palabras. Su discurso pleno de un romántico amor a la patria nos ha dejado agradablemente sorprendidos a muchos.
Aquí, seguimos a lo nuestro: atados a nuestro árbol y sin demasiadas posibilidades de vislumbrar el bosque. Lo dijo también Iñaki Aldekoa, de Aralar, en un lindo encuentro que mantuvimos en Getxo hace no mucho tiempo. Los navarros somos carne de batalla, tristes víctimas de nuestras guerras de banderizos: somos beaumonteses que matan a agramonteses; oñacinos que atentan contra gamboínos (y viceversa).
Creo que fue Benito Lertxundi quien inmortalizó aquellos sentidos versos: Zenbat gera, lau, bat, hiru, bost, zazpi... Zer egin degu, ezer ez; zer egiten degu, alkar jo; zer egingo degu, alkar hil.